No
hay autor que no tenga un puntito de tramposo, un tahúr escondido bajo la piel
de juntaletras con un par de ases bajo la manga. No hay lector que no desee ser
engañado, timado y sorprendido. No hay crítico que no luche desesperadamente
por ser el más listo, por saber dónde está la bolita del trile antes incluso de
hacer la apuesta. Supongo que eso le quita emoción al asunto, quizás por eso
hay tanto crítico amargado.
Pero
siempre hay espacio para los buenos, para las hormas en los zapatos y para las fiestas
sorpresas. Hoy quiero recomendar una novela gráfica que me ha sorprendido; y
mucho.
«Lo
que me gustan son los monstruos», de Emil Ferris es una novela gráfica dura. Dura de cojones.
Una obra que engaña con sus capas, con cada una de las piezas del puzle. Un
relato que viste al horror con fantasía y al arte con garabatos. Oro puro
cubierto de hojalata. Y te deja un regusto amargo. Jodido pero adictivo, como
los buenos vicios; porque estéticamente es un vicio, un formato deliberadamente
cutre ―dibujos aparentemente hechos con bolígrafo BIC sobre un cuaderno de
instituto―, que sin embargo esconde un dominio brutal del trazo y un
conocimiento abrumador de la historia del arte. Eso si hablamos del continente,
porque si hablamos del contenido, la historia puramente literaria presenta una
serie de personajes fascinantes presentados lentamente, capa a capa. Una serie
de hombres, mujeres y niños perdidos en un mundo tan terrorífico que precisamente
es el terror de cartón piedra, la fantasía monstruosa que bulle en la cabeza de
Karen ―la protagonista―, el único sustrato fiable, el único sustento
imprescindible, el único bálsamo efectivo que calma tanto horror.
Los
monstruos como terapia para curar los desmanes de los auténticos monstruos que
pueblan la tierra. La auténtica función de brujas, vampiros y hombres lobos
desde el inicio de los tiempos ―desde que los cuentos se empezaron a contar y a
dibujar al calor de la lumbre en mitad de la noche―, no es otra que conseguir
que el ser humano aprenda a defenderse de sí mismo.
Visto
así no es extraño que los que más nos guste sean los monstruos.