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La ciudad y la ciudad. China Miéville. {reseña}



La lectura de un buen libro siempre plantea retos, lo curioso del caso es que a veces esos retos son propuestos por el autor y otras veces somos los propios lectores los que de forma absurda los asumimos en nuestras cabezas, como un extraño peaje para completar la obra. He de reconocer que mientras leía «La ciudad y la ciudad» de China Miéville he caído en esa trampa. Obsesionado por encontrar la solución al desafío, el sentido al poderoso juego que plantea. Quizás estaba equivocado.
El caso es que este libro plantea varios círculos perfectos, unos encima de otros como las capas de una tarta; el primero es el evidente, una historia clásica de novela negra, con su asesinato, su investigador y su precioso cordel del que tirar. Un argumento que por sí solo engancha y justifica su lectura. Pero no es eso lo que hace grande a este libro; este libro es grande porque incrusta su trama en una gran metáfora. Y esa metáfora es bella, es rara, es brutal y aterradora.
Porque «La ciudad y la ciudad» no engaña desde su título, China Miéville nos cuenta la investigación de un asesinato cometido entre dos ciudades superpuestas, que aún ocupando un mismo espacio físico están separadas, como una personalidad múltiple que habita un mismo cuerpo. Beszel Y Ul Qoma, dos ciudades habitadas por ciudadanos obligados a ignorarse, a desverse a evitarse. Separados por una estricta ley que pena duramente cualquier brecha en la frontera imaginaria.
Si tremenda es la metáfora, tremendo es el trabajo que tiene la construcción de un libro sobre ese andamiaje. Y espectacular el resultado. Uno puede perderse en la alegoría, uno puede enredarse en el símbolo y pensar que el autor nos está hablando de oriente, de occidente; o del primer mundo y los países en desarrollo, puede que incluso puedas llegar a sospechar que habla de la condición humana, de sus normas estúpidas y su facilidad para ignorar al prójimo; pero si lo haces quizás te pierdas algo más grande.
Da igual. Hay lugares totalmente extraños que sin embargo te inspiran curiosas sensaciones de familiaridad. Hay ecuaciones que son bellas porque no tienen solución, o puede que sí la tengan (y varias), pero simplemente no están a tu alcance.