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Los árboles de la memoria, la memoria de los árboles. {relato}



(Prefacio)

Muchos hombres no saben que algunos recuerdos se convierten en árboles. No todos, solo los trascendentes, aquellos que nos definen como persona. Memoria que se enraíza y brota generando una masa forestal que nos protege del vacío.
Hubo un tiempo en el que cuidábamos de nuestros árboles de la memoria, porque sin ellos los hombres quedan huecos, son carcasas; autómatas que se mueven y sonríen sin saber de sus vidas ni origen, ni destino. Hubo un tiempo en el que conocíamos su existencia, su lugar preciso en el bosque y caminábamos a su encuentro; limpiábamos la maleza a su alrededor y podábamos sus ramas inertes, dibujábamos nuestros nombres sobre su corteza. La vida sobre ellos y bajo ellos era rica y nos llenaba de gozo. Sus frutos eran nuestro sustento. Retoños. Vieja foresta majestuosa. Sabiduría transmutada que daba sombra y cobijo bajo el sol del estío.
Eso fue antes de que el ser humano disfrutara del olvido.
Porque el olvido se hace poderoso cuando solo reparamos en la superficie de las cosas.
Porque no todos los recuerdos germinan. Y por supuesto no crecen rápido. Exigen tiempo, exigen un sustrato adecuado, sol y agua, alimento. Los anhelos vacíos generan plantas lechosas, que se rompen con facilidad dejando un rastro blanquecino, las bellas apariencias son flores de un día, que mueren antes de convertirse en alimento. En un mundo inmediato, ya nadie presta demasiada atención a los árboles que importan; los grandes robles de madera oscura, recuerdos de aquellos que nos amaron y perdimos, los cipreses altos, memoria que surge de lo aprendido, de lo leído ―conocimiento que comienza y acaba en celulosa manchada de pigmento, como un círculo virtuoso―, y los frágiles almendros de flores blancas, hechos de enamoramientos, hogar de mariposas en el estómago y corazones volcados.
Benditos árboles de la memoria. Bendita memoria de los árboles.
Y sin embargo algunos hombres los odian por lo que son, por lo que duelen. Hoy en día muchos ignoran su existencia porque para encontrarlos hay que adentrarse en el bosque, hay que mancharse las botas; porque para alimentarse de sus frutos hay que ser paciente y esperar al momento adecuado para su recolecta.
También hay árboles que son recuerdos de personas malvadas. Montes oscuros, hechos de plantas nudosas que supuran un látex tóxico bajo su corteza. Inmensos, portadores de vergüenza, de infamia pasada difícil de ocultar. Unos y otros sin embargo peligran.
Unos son víctimas de necios que incluso comercian con su madera. De tipos que viven ―con suerte―, de convertir la memoria propia y ajena en sillas, mesas y armarios; en astillas para serrín. Individuos que encuentran emoliente el vacío.
Otros ni si quiera tienen esa oportunidad, son devorados por el fuego, o por los insectos xilófagos, o por la codicia de un constructor deseoso de pavimentar el mundo. Una pérdida que para muchos no es pérdida, sino un hueco un poco más amplio.
No es mi caso. No era mi caso.
Yo cuidé de la memoria de mis árboles. Y esperé que ellos hicieran de mí algo más que arena el en viento, algo más que polvo enamorado. Y los árboles fijaron el suelo. El sustrato sobre el que me apoyo, durante un tiempo.
De nada sirvió. Me temo.
Porque puedes amar, respetar y mimar a tus árboles de la memoria, y aun así, ser incapaz de protegerlos. Porque a veces la enfermedad surge y el recuerdo se marchita. Primero termina con los brotes más tiernos, con los recuerdos más cercanos, después indefectiblemente avanza a los troncos más gruesos, a las copas más altas.
La enfermedad del olvido siempre gana, porque el tiempo juega a su favor.
Porque ella es el desierto.
Porque ella es la nada.
Así hago un último esfuerzo, un último acto de insurrección idiota. Junto letras que son semillas. Planto un cuento que brota, que germina protegido en lo más profundo del bosque. El último entre los suyos. Árbol de la memoria que se mece con el viento y susurra palabras que pronto serán olvidadas.



Este cuento sirve como prefacio de una antología de fantasía y ciencia ficción contemporánea llamada "Las piedras que lloramos", si te ha gustado puedes encontrar el resto... aquí.